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domingo, 3 de junio de 2012

En las fuentes de la Granja.


"Olvidamos que el ciclo del agua y el ciclo de la vida son uno mismo".
Jacques Y. Cousteau
"El agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza."
Leonardo da Vinci.
"Si hay magia en este planeta, está contenida en el agua." 
Loran Eisely.
"No se aprecia el valor del agua hasta que se seca el pozo."
 Proverbio inglés.
"Miles de personas han sobrevivido sin amor; ninguna sin agua". 
W.H.Auden.


 Breve historia de la Granja. (Wikipedia).

El palacio se construyó durante el reinado del rey Felipe V de España, que quedó impresionado de la belleza del lugar durante una cacería. El rey, que deseaba alejarse del viejo Alcázar de los Austrias, ordenó a Teodoro Ardemans la construcción de un pequeño palacio barroco con grandes jardines. Aunque las obras comenzaron en 1721, el propio Felipe V ordenó progresivas ampliaciones del palacio, hasta convertirlo en lo que sería su "pequeño Versalles", aunque es más semejante al desaparecido Palacio de Marly. Desde entonces y hasta el reinado de Alfonso XIII de España, el palacio se convertiría en la residencia veraniega de los reyes de España. En este palacio nacieron tres de los hijos del rey Alfonso XIII: el duque de Segovia, Jaime de Borbón y Battenberg; la infanta Beatriz de Borbón y Battenberg y el futuro conde de Barcelona Juan de Borbón y Battenberg, padre del actual rey Juan Carlos I de España.
En la planta baja de este palacio se exhibía la colección de esculturas de la reina Cristina de Suecia, y que reunió en su exilio en Roma tras su abdicación al trono. Fueron adquiridas por Felipe V y realzadas con peanas, que aún subsisten en los espacios originales. Las esculturas fueron trasladadas en el siglo XIX al Museo del Prado y reemplazadas por reproducciones en escayola. Estos salones, decorados con estucos de falso mármol, han recobrado su belleza tras una restauración reciente.
Jardines.
Con una extensión de seis kilómetros, los jardines rodean el palacio y son uno de los mejores ejemplos del diseño de jardines de la Europa del siglo XVIII.
Fueron diseñados por el jardinero francés René Carlier, que usó las pendientes naturales de las colinas que circundan el palacio como ayuda para la perspectiva visual y como fuente de energía para hacer brotar el agua de cada una de las veintiséis fuentes monumentales que decoran el parque. Carlier falleció en 1722, y su trabajo fue continuado por su compatriota Esteban Boutelou I (en francés Étienne Boutelou).1
Las fuentes están inspiradas en la mitología clásica, incluyendo deidades, alegorías y escenas mitológicas. Se construyeron en plomo para prevenir la corrosión, aunque pintadas a imitación de bronce para ennoblecerlas.
Las estructuras y el sistema de cañerías de época de Isabel II de España sigue funcionando en la actualidad. A falta de motores que hiciesen funcionar las fuentes, en el siglo XVIII sus constructores dependían de la gravedad para hacer proyectar el agua a alturas de hasta cuarenta metros. Un lago artificial llamado El Mar se construyó apartado en el punto más alto del parque y provee de agua y presión suficiente a todo el sistema.
Actualmente, sólo algunas fuentes son puestas en funcionamiento cada día. Sin embargo tres veces al año coincidiendo con la festividad de San Fernando (30 de mayo), de Santiago (25 de julio) y San Luis (25 de agosto), se activan ocho conjuntos de fuentes, mostrando un espectáculo admirable al que se dan cita anualmente miles de personas.

Para suministrar el agua a las diversas fuentes  existe un estanque principal; el mar y existen otros seis estanques y dos depósitos más, conocidos como El Chato, El Cuadrado, Las Ranas, El Medio Celemín, Las Llagas, Las Ocho Calles, depósito El Nuevo y depósito de Uso Común.
Estos estanques y depósitos se encuentran situados a diferentes cotas, con lo cual se consiguen las presiones manométricas adecuadas en las fuentes que abastece cada uno, para que los surtidores y montantes (surtidor vertical principal) alcancen las alturas deseadas 
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Fuentes de la Granja. 30 de mayo, San Fernando. on PhotoPeach




Del Tranco a la Pradera del Yelmo.

 


Many and beautiful flowers ...
delicate little animals…
huge rocks and structural...
breathtaking scenery...
and people where are they?
Clodo.


Ficha Técnica
INICIO: El Tranco
FINALIZACIÓN: Pradera de El Yelmo
SEÑALIZACIÓN: Marcas blancas y amarillas, hasta la Pradera de El Yelmo.
LONGITUD: 8,65 Km, ida y vuelta
DURACIÓN APROXIMADA: 2 h. (Subida), 1 h. (Bajada)
COTA MÍNIMA: 960 m   COTA MÁXIMA: 1.600 m

 Torciéronse los planes iniciales,  y ante el bloqueo que una retahíla de coches impedían que tempranamente accediésemos a la Pedriza; El comandante Clodoaldo, raudo en reflejos,  improvisó una alternativa o plan “B”, que rápidamente logró eclipsar, dado el esplendor del paisaje, la primera opción.
No nos deja indiferentes el caudal de gente que se siente atraído por este privilegiado espacio; eran las nueve de la mañana y el acceso a la Pedriza estaba cerrado a cal y canto; queda lejos aquella estadística que Constancio Bernaldo de Quirós recoge en el año  1923; en ella se detalla que entre el 4 de junio de 1916 y finales del julio de 1919, habían dejado su tarjeta en el buzón del Yelmo 313 individuos, entre ellos 30 mujeres, dos niños y un anciano. No sumaron 100 a lo largo de aquel año. Desde hace alguna década, los estadísticos cifran que son más de 400.000 personas  quienes visitan la Pedriza todos los años, buena parte de las cuales, más de cien al día, tal vez,  peregrina por un día, o dos los más atrevidos, al Yelmo siguiendo las sendas  trilladas que parten de Canto Cochino y parajes limítrofes.
Respondiendo a tal improvisación, decidimos subir a la Pradera del Yelmo desde el Tranco obedeciendo las marcas blancas y amarillas establecidas. Tras abandonar el pueblo,  iniciamos en un continuo zigzaguear peñas arriba, en ocasiones,   a través de irregulares escalones que las piedras componen y, en otras, por angostos caminos que entre los esplendorosos jarales se iban abriendo. El viajero,  a medida que asciende,  encuentra ante sí un manto de jarales en plenitud; sus blancas flores generan armoniosas composiciones que alcanzan a la retina y no le dejan impasible.
Sin darnos cuenta, en media hora,  accedemos al primer descansillo, el mirador del Tranco, donde, aparte de tomar algunas fotos, nos permitimos la licencia  de realizar un ligero descanso. Nos impregna el olor de la jara pringosa, del romero y del cantueso, mientras el carbonero común nos deleita con sus trinos; En ese momento, sin darnos cuenta, perdemos nuestra mirada en el horizonte no sin reparar en el castillo de Manzanares, los embalses de Manzanares y el Pardo, el cerro de San Pedro y más allá en el encuentro del horizonte con el cielo,  Madrid.
Reanudamos la marcha y a una hora del inicio alcanzamos el segundo rellano: La Gran Cañada; otrora  regio lugar de pastoreo de caballos y vacas. La ruta discurre entre el roquedo, a menudo de formas caprichosas  y la vegetación según ascendemos va menguando en tamaño. Encinas, enebros y robles aparecen dispersos mientras sigue predominando la jara.
En la subida, un sapo partero custodia una singular fuentecilla de sabor agradabe, cristalina, baja en sodio, y con extraordinarios poderes, entre otros, calmar la sed del viandante.   Otra media hora más de subida nos lleva a la tercera planta o rellano; zona de descanso y pernoctación de jóvenes y envidia de adultos. Habitada por grandes bloques de piedras en perfecta armonía llevan a disfrutar y ver la, hasta ahora escondida, cima del Yelmo.  Han sido dos horas de fatigosa subida para salvar 600 metros de desnivel en los tres kilómetros que nos separan del Tranco.
Tras el oportuno descanso, ingesta y contemplación de la cima del Yelmo, de los escaladores ,  del inmeso número de rocas que pueblan la pradera y hoy también de un rebaño de cabras, procedemos a acometer la vuelta realizando un rodeo que nos lleve ante una de la más acertada obra originada por la erosión, o fenómeno sobrenatural: EL ELEFANTITO.
Para ello, caminaremos hacia el final de la pradera del Yelmo, donde veremos dos caminos: el de la izquierda, bordea el Yelmo por su cara noreste, en la que se encuentra la brecha por la que se puede subir hasta la cima, pero nosotros tomaremos el de la derecha que se dirige hacia lo que parece una infranqueable muralla de rocas. El camino no es muy claro, se trata de un camino bastante tortuoso, que debemos tomarlo  con las precauciones debidas. Llegamos a la Senda Maeso, que recorreremos en dirección Sur durante casi un kilómetro. En unos 50 minutos de descenso nos llevan a presenciar y quedarnos maravillados de la perfección con que la naturaleza ha labrado esta cabeza de elefante. Seguimos por la misma senda, que baja cerca de un arroyo, hasta llegar a la Gran Pradera y desde aquí, por el camino que recorrimos al principio, bajaremos hasta el Tranco.